SOLEDAD RECIBE ELOGIOS EN BARILOCHE.
En la serie de Notas publicadas en estas ultimas horas, el show de Soledad ha recibido elogios como nunca antes.
Disfruten de una nota Excelente Publicada por B/200.
Lejos de cualquier calificación de estrella fugaz, el tifón de Arequito dio anoche un recital inolvidable por los 100 años de una cadena de supermercados. Desplegó un show de envidiable perfección técnica y artística, que sin embargo no soslaya una comunicación enteramente sensible, sencillamente entrañable. Su estrella brilla con innegable fulgor popular y eclipsa toda especulación. La Sole talla fuerte. Y su entrega conmueve.
"...y nunca me fuí,
donde miro está mi pueblo y es así
como olvidar, si esa niña todavía vive en mí
nunca me fuí, si el cariño de esa gente sigue aquí..."
La Sole no se equivoca: afina jugadísima una estrofa de una canción de Horacio Guaraní y le da más masa todavía al estribillo, como si su fuerza expresiva no tuviera fronteras. Roza el riesgo, lo provoca, juguetea, pone cuerpo y alma. Disfruta, goza con su juego histriónico, mete un guiño, imita la digitación virtuosista de Calcaterra (su primera guitarra), se prende con el acordeón, se desplaza por el escenario. Va y vuelve, pone todo, dosifica una cierta dulzura, vuelve a saltar y bailar. Y sale airosa.
Lo sabe de antemano: desde abajo o desde la tribuna alta vendrá devuelto en palmas y en euforia ese calorcito que genera, potenciado en cariño irrefutable. Eso es la Sole: un ida y vuelta, un torbellino de canciones abrazadas con entera entrega. El tifón de Arequito pasó anoche por Bomberos de Bariloche, en un show sin remilgos, generoso en tiempo y en canciones. Meticulosamente cuidado desde lo técnico, para que la magia fluya sin sorpresas, para que el espectáculo brille y seduzca, para que la fiesta resulte -otra vez- inolvidable.
Si un guionista loco hubiese imaginado tamaña sucesión de intervenciones, cualquier artista se hubiese negado al tremendo desgaste. Pero ella le pone más todavía: canta sus nuevas canciones con la seriedad que el repertorio impone ("tus ranchitos dormidos, yo sé que un día despertarán", pronuncia su clara voz con latido de zamba) y al propio tiempo derriba toda solemnidad, rompe con lo impostado. Se abraza con lo simple y se juran amor eterno.
El público la eligió hace mucho ya, desde aquel 1996 consagratorio. Y ahora atrona con un noooo unánime, cuando la Sole amenaza -en paso de comedia dramática- con un "dejame que me vaya" para esperar la obvia negativa. Y entonces acelera el ritmo con una chacarera a mil que, sin embargo, sostiene sin confusiones su color tradicional. Y sin parar apura otra más y otra, y la gente se trepa a una limpia alegría que contagia. "Canten, no dejen de cantar aún en la contrariedad, no dejen de reir, de disfrutar" propondrá antes de irse, para apelar a la actitud positiva y decir en suma que en la médula de lo humano la alegría y la tristeza se entrecruzan, irremediablemente.
De pronto, la Sole se esfuma. Ha repasado ya las canciones del nuevo disco, ha hablado de los jornaleros ("hoy no he conseguido changas, no tengo ni pa' yerbear", de Orlando Veracruz) del deseo de esperanza intacta para "el pueblo argentino". Ha dado una versión magnífica de Fina Estampa -de la gran Chabuca- y del clásico Trasnochados Espineles, entre otras joyitas de sus populares versiones. Recorrió ya sus chacareras, asomó al ritmo contagioso de otros éxitos a modos de insoslayables huaynos pop y teatralizó una traición amorosa para anticipar el bloque de algunos valsecitos inmortales, como Propiedad privada o Que nadie sepa mi sufrir.
La Sole se esfuma un instante del escenario. Antes de eso, explica que su presencia es por el centenario de La Anónima, que los cinco pesos de la entrada son para bomberos, que en tal y cual momento estuvo aquí, y que "este es uno de los mejores públicos que he encontrado en la gira".
Parece oportuno ya el final; pero no. Cuando la luz vuelve, sentadita en el centro del escenario, otra voz que parece la de ella pero no es, encara Agitando Pañuelos. La eterna zamba de los Hermanos Abalos recobra vigencia en esa cadencia tan personal que le impone la artista. Obvio, es Nati la hermana, casi un talismán del éxito de la Sole. Y juntas recorren otros éxitos hasta desatar el ritmo de Tren del Cielo y los clásicos de la primera hora, con un A Don Ata que es emblema de la euforia y el poncho que, por fin, la Sole revolea. Son momentos de altísima vibración, chicos y grandes se suman a los coros, la Sole lleva la batuta. Y va y viene otra vez. Juega con los ritmos, pone y saca su voz, sonrie, parece emocionarse, vuelve a sus gestos. De pronto dialoga con un espectador de primera fila. Algo embriagado tal vez, el hombre balbucea alguna frase sobre su soledad, esa que no canta en ningún escenario, y la Sole le devuelve una sonrisa franca, otra canción como consuelo, un atisbo de ternura. Ella sabe que ese hombre tampoco se equivoca al sentirla cercana y verdadera; de carne y hueso. Como tampoco se equivocan los cientos de espectadores que esperaron su autógrafo tras el show: casi dos horas después la Sole seguía firmando uno por uno, como si la noche pudiera prolongarse al infinito.
Las manos alzadas, las palmas levantadas, la gente no se equivoca. La gente que estuvo allí -entradas agotadas- sabe que esta criollita de la tierra cereal no es una niña hiperkinética que tuvo la audaz idea de ponerse a cantar. Ni que su modo entusiasta de repasar viejas y nuevas canciones resulta mera demagogia. Ni tampoco espera que algún semiólogo sarcástico intelectualice el alcance de su mensaje o descrea de su dimensión de ídola popular, aunque no sería ocioso indagar sobre los porqués. No, el público es parte del fenómeno y juega su rol, la empuja, la sostiene, casi podría afirmarse que la mima, con masivo cariño. Ella acaba por admitirlo: "...por una noche como esta, doy mi vida" reza en su archifamoso brindis y hasta pareciera que vuelve a emocionarse, como cada vez, en cada escenario. La Sole tampoco se equivoca en esto: el cariño conmueve. Y en verdad lo merece.
(Por Rodolfo García/b2000)