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lunes, julio 21, 2008

SOLEDAD CON CRITICA DE LA ARGENTINA



FOLKLORE:"Yo digo que es un disco de viaje."


La aventura de ser Soledad Pastorutti no está en el acto de salir a la calle. Tampoco en la obligación de firmar autógrafos o detenerse a hablar con los fans. Ni siquiera en conceder una serie de notas el mismo día porque hay un disco nuevo a la venta.

Al menos para ella, que lo hace todo fácil y con soltura, esa aventura parece pasar por algún lugar que se nos escapa. Probablemente, Soledad no sea la única espontánea.

Pero, cuando se termina el reportaje, el cronista se aleja del lugar con la convicción de que nadie lo hace con más alegría. No, la aventura de ser la Sole –y no cualquier otro artista popular– debe estar vinculada con el hecho de vivir con todas las miradas encima desde los quince años, de cargar sobre las espaldas la venta de un par de millones de discos, de llegar hasta allá arriba, bien alto, y ni siquiera estar cansada.

Ni un poco. La lista de cosas sucedidas, de días importantes, de logros artísticos, es demasiado larga, como para dormir sobre ella y esperar que llueva la bonanza. Y, sin embargo, cuando se la tiene enfrente, parece que Sole estuviera empezando ahora, o ayer. Sin nervios, es cierto, pero con las mismas ganas de siempre.

Violeta y negro. El sol del julio más caluroso que se recuerde cuela algún rayito en el patio del bar y resalta los colores de su ropa. Con sus piernas siempre enfundadas en botas altas (“me encantan; lo que más me gusta del invierno es que puedo usarlas todo el tiempo”), Soledad habla con rapidez, mueve las manos, se ríe a cada rato.

Mientras se la ve así, una chica común y corriente, charlatana y amena, uno se olvida por un momento de que el andamiaje que la sostiene es bien sólido. Detrás de ella hay un marido, varios parientes y un puñado de gente que trabaja a sus órdenes: “Bueno, hace ya cinco años que tengo la productora.

Es como una minipyme de amigotes; pero está hecha con seriedad, tiene empleados y maneja mi carrera. Y, aunque no queremos marcar la cancha muy grande, tenemos un par de artistas nuevos. El que está más metido en eso es mi viejo, un incansable de la ruta. Yo siempre le digo: ‘Pará un poco, quedate’. Pero no, él es feliz arriba de su auto”.

Quedarse, para ella, es ir un poco más a Arequito, su pueblo, en la provincia de Santa Fe, allí donde su mamá se queda haciendo base para que todos –los que están un poco allá y un poco acá, y los que viven en Buenos Aires– vuelvan a recargar baterías.

“Claro que voy –dice ella con orgullo–; cada fin de semana que tengo libre estoy allá para disfrutar los fideos caseros de mi abuela o los asados de mi suegro.” Claro que, últimamente, y debido al conflicto Gobierno-campo, recorrer su pago es encontrarse con fastidio y caras largas: “Hay mucha tristeza –dice, sin ánimo de polemizar ni esquivando el tema–; y... la cuestión me toca de cerca: tengo familiares y amigos que viven del campo, mi suegro fabrica insumos para cosechadoras, yo misma tengo campos. Te puedo decir que, por ejemplo, mi tío es contratista rural y se mata laburando. Pero todo es muy inestable: un día te puede ir bien (en los pueblos te das cuenta porque aparecen coches nuevos en la famosa ‘vuelta al perro’, o porque se ven casas arregladas) y otro mal, es así.

De todos modos, con este conflicto se fomenta una división que no se entiende. Te obligan a ponerte de un lado o del otro, y yo creo en los grises. No estoy de acuerdo con estas retenciones, tan altas, pero no pienso que el Gobierno deba irse ni nada de eso. Igualmente, no se debería propiciar el odio hacia el que gana plata, si es que la gana con honestidad”.

–Entonces, ¿te alegró que la pelea se haya resuelto?

–Claro, me parece un buen síntoma de democracia; ahora hay que esperar a que siga el proceso, pero me parece todo muy positivo. No miré el debate porque al otro día me tenía que levantar temprano. Vi sólo hasta las dos de la mañana, pero mi marido se quedó hasta las cuatro y media. La verdad, me despertaron los gritos de alegría. Creo que para la gente es positivo. Para los que estábamos un poco del lado del campo, y para todos en general.

Ahora, que edita luego de dos años y medio su décimo disco –llamado gozosamente Folklore–, está otra vez ahí, vestida para las fotos, enfrentando preguntas que quién sabe cuántas veces escuchará multiplicadas en las bocas de los periodistas que debe atender. Como la pregunta acerca de las satisfacciones de este disco para la que ella, rapidísima, tiene una respuesta que elude el casete: “Estoy muy contenta con el disco. Me encanta cómo quedó, es el disco que yo quería que fuese. En realidad, cuando la compañía me pidió que grabara un álbum, yo no estaba muy decidida”.

La frase suena por lo menos desconcertante: ¿qué dudas puede tener alguien como ella que, se sabe o se sospecha, haga lo que haga gana, gusta y golea? Pero no, dice que nada está comprado, que su último trabajo recién empezó a funcionar después de un año de haber salido, y que esas cosas las comprueba en los shows en vivo.

El disco contiene una mayoría de clásicos folclóricos bajo un tono tan austero como su título. Aun así es una grata sorpresa: los instrumentos suenan como deben, se limitan a acompañar, pero se lucen; no hay estridencias ni rebusques, y hasta ella misma suena más reposada, como honrando cada palabra que pronuncia.

–¿Fue un perfil buscado, este de una mayor serenidad en el canto?

–Sí, hay otro concepto. Yo me escucho mucho, pero trato de hacerlo en los temas más “tranquilos”. Aunque me encanta cantarla en vivo, no disfruto mucho escuchándome cantar A Don Ata, por ejemplo. Siempre digo que tengo dos posibilidades: ser La Sole o ser Soledad. La Sole siempre está y va a estar, es la que ves revoleando el poncho, bien arriba, y Soledad es la que da los matices necesarios. Entonces, un poco la idea del disco –y lo que hablamos mucho con Matías Zapata, el productor– fue ésa: que se pudiera escuchar. Yo digo que es un disco de viaje.

–Además, los arreglos tienen cierta economía, son casi puramente acústicos.


–Lo que pasa es que a mí me gusta más el sonido acústico que el eléctrico. Y aunque con Matías tratamos de no cerrar el círculo haciendo un disco totalmente “desenchufado”, sí buscamos que los arreglos (y sobre todo la base) sonaran lo más despojados posible.

La búsqueda del repertorio despejó catorce canciones de un total de cincuenta, y aunque Soledad recibe muchos temas con la esperanza de que alguna vez pasen por su voz, sus propias composiciones aguardan el momento de acomodarse en su lista de temas. Pero, según ella, tiempo al tiempo: “Tengo como treinta canciones compuestas, y aunque me gustan y estuve segura como para mostrárselas a la compañía también siento que les falta un tiempo de maduración.

Además, quisimos también afianzar esa tendencia que hay –en la gente, en mí– de volver a lo clásico. Pero sí, aunque mi fuerte es la interpretación, me gustaría grabar, en el futuro, algo mío”.

Es un día precioso en el barrio de Palermo. No hay fans a la vista, pero se puede apostar a que están por el barrio, esperando que ella salga, disfrutando del sol hasta que ella emerja de tantas notas. Es lo que le sucede en todas partes (cuando va a cantar a algún pueblo, cuando es invitada a algún programa, cuando graba su propio ciclo en Canal 7).

La avanzada de su público, un grupo enorme que, según ella, es como su familia porque le banca todo, está en las buenas y en las malas y siempre la apoya aunque no les guste algo que haya hecho (“como mi mamá, que me ve por la tele y me llama diciéndome: ‘Qué linda saliste’. Es mi mamá, ¿qué me va a decir?”). Esa gente, que la sigue siempre, está ahí, a la mano; como también está el público que se puede acercar por, como ella sospecha, “razones misteriosas”. Somete esas dos franjas a un cálculo muy personal: en su opinión, cada una representa un 33,33 por ciento del total. Lo que no quiere decir que cuente personitas para dormirse, pero que sí da una idea de lo mucho que le gustaría llegar a todos. Claro que, en esa cuenta, falta una porción:

–¿Y el otro 33 por ciento?

–Ah, ésos son los que jamás me van a dar bola, por lo que sea, a los que no les gusto ni les voy a gustar. Pero si con ellos te resignás, y te aferrás al público cautivo, el desafío grande –y que es algo que siempre busca el artista popular– es llegar a ese tercio que está en el medio y que llega esporádicamente.

Tampoco olvida algún módico tropiezo, como el disco hecho en Miami: “La gente no sabe que vendió más que el anterior –cuenta– y que lo que me pasó me podría haber sucedido con otro álbum: era un momento de mucha exposición, en el que estás bien arriba y tener que saber que, probablemente, después de eso venga un tremendo palo”. Pero La Sole prefiere aferrarse a este presente, en el que es, al mismo tiempo, cantante y conductora de TV.

“El programa va bien, aunque le cambiaría algunas cosas, pero es un orgullo que grandes artistas quieran venir”, dice. También es esposa y ¿futura madre? “Me gustaría, y más ahora que soy joven, pero tengo mucho trabajo; además, esas cosas suceden –muchas veces– sin planificar.”

Entonces mira hacia arriba y ve al fotógrafo, que lleva un rato esperándola en la terraza. Mientras sube la estrecha escalera, las miradas la siguen. Al fin y al cabo, es quien es, la chica cuyo retrato muchos llevan en la billetera, a la que los seguidores sienten, casi, parte de su familia. Pero ella, como si nada, se acomoda la ropa, entrecierra los ojos de cara al sol y dice: “¡Qué calor, che!”.

FUENTE: CRITICA

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