POR GIORDANO...
"EL REGRESO DE LOS DON NADIE"
En la música popular, donde los códigos sentimentales y las posturas estéticas no necesariamente deben correr por el mismo carril y una canción más que oyentes debe recoger cómplices -nos salve el cielo si así no fuese-, un artista es en buena medida una construcción de su público. Lo que la gente espera de él. Soledad Pastorutti es una muestra clara de cantora modelada por sus fans, de artista que no termina de arriesgarse a desertar de las exigencias del grupo bullanguero que la construyó. Pero, consumidas las etapas de crecimiento, lo que alguna vez fue su soporte, hoy parecería ser un lastre. El domingo sus fans la celebraron con alegría de estudiantina y desde temprano se instalaron en el corazón de la platea para organizar su ceremonia de papelitos, cánticos y espuma loca. Era un público, en su mayoría muy joven, que interactuó con la cantora durante la hora y pico que duró su presentación. Y Soledad cantó sobre todo para ellos, tan vistosos en la platea como ella sobre el escenario, complaciendo sus exigencias de palmas, alegría y fervor juvenil. "Esto es lo que todos esperaban", dijo antes de revolear el poncho para terminar con A don Ata. Una vez más. De la misma manera, una canción se compone continuamente, a través de la interpretación que de ella puede hacer el cantor. Cantar una canción es defenderla y se la puede recrear para que viva una vez más o se la puede vaciar para que su sentido sea maleable. El límite de esa operación a veces es imperceptible y acá entraría a tallar la sensibilidad del cantor, que es la de su público. En el repertorio de Soledad, frases de evidente contenido como "Por una noche no fui peón, hombre volví y en eso estoy..." de Chamarrita de una bailanta, de Washington y Carlos Benavídez o "El tamboril se olvida y la miseria no" de A mi gente, del sabalero José Carbajal, dejan de ser esos manifiestos epilogales de la injusticia terrenal para convertirse en chucherías que decoran un estribillo lo más bailable y bailado posible. Por lo que mostró el domingo, Soledad pareciera no lograr superar la encrucijada que plantea crecer o complacer. Sin artistas excluyentes y con aportes variados, muchos pondrían la firma para que la del domingo pueda considerarse una noche ejemplar de festival. Hubo cantores de pelajes variados y un entusiasmo que sin ser explosivo se mantuvo durante el prolongado programa. Además, estuvieron las delegaciones provinciales de La Rioja, Santiago del Estero y La Pampa, tres provincias capitales en su aporte a la cultura del folklore, que mostraron sus ritmos, sus poetas, sus maneras de sentirse argentinos. Entre lo que se pudo oír, fue sorprendente, una vez más, lo de Néstor Garnica; el violinista mostró un manejo prodigioso del arco y su banda un sonido contundente. Otras postales festivaleras podrían ser la actuación de Bruja Salguero, que dio acabadas pruebas de ser más que buena voz y buen gusto y compartió un poco de espíritu con los vidaleros riojanos; Coplanacu, que a pesar del mal sonido renovó su contrato de simplicidad y transparencia con un público que los quiere en serio; el conjunto vocal riojano Agua Blanca -ganadores del Pre Cosquín- que sorprendió con un estilo transitado pero de notable belleza y expresividad; Presagio, que peló esa estirpe santiagueña que siempre queda bien en los festivales; Los Tekis, que cerraron la noche como se merecía, con fiesta y sin dejar de hacer música. Un detalle: en la grilla del jueves, el dúo Orozco-Barrientos estaría programado para tocar unos minutos antes del Chaqueño Palavecino ¿otro artisticidio anunciado del programador?
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